Publicado en Contrapunto
Una alumna con quien he tenido varias gratas conversaciones sobre
libros (y es que los fanáticos de la lectura nos reconocemos entre
nosotros) llegó a una clase un poco cabizbaja. No participaba como de
costumbre y se la pasó la hora y media en la tan conocida “posición de
descanso” que nos enseñaron en la escuela. Le pregunté qué pasaba y me
dijo que simplemente tenía un día malo, como a veces ocurre. Sin
embargo, sonrió y dijo: “Igual eso se me pasa porque traje el remedio
mágico” y al instante sacó de su mochila una edición de bolsillo de El Principito
de Antoine De Saint-Exupéry. Comparto la risa con ella porque agarro en
el aire la metáfora y le respondo que a mí también, desde siempre, El Principito
me sube el ánimo cuando algo de mi entorno me desalienta. Entonces,
ella lanza la frase final de la anécdota:
“Es que a veces ni siquiera necesito leerlo, sólo con abrirlo y ver los dibujos sé que todo va a estar bien”.
Esa breve conversación me hizo pensar en esta nota, me dije enseguida
que iba a inspirarme en dicha anécdota para mi columna de todos los
martes en Contrapunto. Porque considero que ilustra en un par
de líneas ese poder inmenso, secreto, mágico del libro que no es más que
un artificio capaz de inducirnos estados de ánimo. Si tienes un día
plagado de tropiezos, seguramente habrá una lectura en especial que te
haga sentir mejor, que te haga recuperar la fe por la humanidad o que te
distraiga y relaje y te saque de ese abismo.
El Principito, lo he dicho otras veces, es un tratado filosófico. Te dicen que es para niños, pero sabes que no lo es. Es un libro para seres humanos sin distingo de edad. Nos
enseña a mirar las cosas realmente importantes a través de la búsqueda
honesta de un niño por todo el universo, su amor por una rosa que es
diferente a todas las millones de rosas que también existen, que cuida
con paciencia su planeta y que hace muchas preguntas aunque administra
en extremo las respuestas.
De lejos, es un niño que recorre el universo, conoce muchos planetas
gobernados por distintas personas de rasgos muy marcados y en la Tierra
hace amistad con un piloto de avión que se quedó accidentado en medio de
la nada. Formalmente, esa es la historia. Sin embargo, esa semana en la
que el Principito y el aviador conviven, el mundo se nos abre desde su
más pasmosa pureza.
En ese descubrimiento aprendemos que estamos en un mundo donde el contrarreloj es el que manda:
—Los hombres viajan en trenes expresos —dijo el Principito—, pero no saben lo que buscan. Se agitan y se van de un lado para otro…Y agregó:
—No vale la pena…
En ese descubrimiento aprendemos que nuestra capacidad de amar y ser
amados surge a partir de la creación de vínculos, una de las lecciones
más importantes que recibió el Principito durante su paso por el planeta
Tierra.
Es cuando aparece el zorro y le pide al Principito ser domesticado.
Le explica que dedicarnos tiempo los unos a los otros es lo que nos hace
especiales.
He aquí mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. (…). Es el tiempo que has dedicado a tu rosa lo que la hace importante (…). Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
Es entonces cuando el Principito comprende que por mucho que viaje
por el universo, es en su hogar donde está lo que tanto busca: su rosa.
Se acerca al rosal que está repleto de muchas rosas hermosas. Pero ninguna es la suya.
"Ustedes son bellas, pero están vacías —les dijo el Principito—. Nadie querría morir por ustedes. Por supuesto que cualquiera al pasar podría creer que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes juntas, porque fue a ella a quien regué. Fue a ella a quien puse bajo un fanal y a quien protegí detrás de un biombo. Porque por ella eliminé las orugas (salvo dos o tres por lo de las mariposas), y es a ella a quien escuché quejarse o vanagloriarse o incluso, a veces, callarse. Porque es mi rosa".
Es imposible no mirarse a uno mismo a través de un libro como El Principito. En estas páginas uno consigue su centro. Más que libro es brújula. Más que un montón de hojas de papel es mapa.
Porque así como el Principito, las rosas vacías y su rosa
única en el mundo, a cada uno de nosotros nos espera alguien en casa que
es insuperable entre tanta gente que repleta las calles. Sólo que
debemos abrir bien los ojos, para que lo esencial no se nos escape.
¿Se dan cuenta de que El Principito no es un libro sólo para niños?
@GipsyGastello
ggastello@gmail.com
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