Publicado en Contrapunto
Pablo Montoya Campuzano es el quinto colombiano en ganar el Premio
Rómulo Gallegos, uno de los más prestigiosos de la literatura
hispanoamericana, no sólo por los 100 mil dólares que significa ganarlo,
sino por su trayectoria, en tiempo y nombres de ganadores, que lo hacen
uno de los lugares más deseados para los escritores en nuestra lengua.
Ser el quinto es una especie de número mágico. El primero fue Gabriel García Márquez con 100 Años de Soledad
hace más de 40 años. Luego Manuel Mejía Vallejo, después Fernando
Vallejo, y hace unos seis años William Ospina con su famosísima novela El país de la canela.
Otros (y otras) que se han hecho con este premio son, nada más y nada
menos, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, Arturo
Uslar Pietri, Javier Marías, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Elena
Poniatowska y Ricardo Piglia.
Nada mal para un profesor de 52 años que puso a concursar Tríptico de la infamia
a principios de este año para el Premio Nacional Biblioteca de
Narrativa Colombiana y fue totalmente ignorado. Ni una mención pudo
ganar. Allí revive el dicho popular: Nadie es profeta en su tierra.
Aunque Tríptico de la infamia sea un libro que no
haya sido difundido con fuerza (todavía) en Venezuela, leer a Montoya y
sobre Montoya siempre es interesante. En mi caso, me quedé
presa de su visión de la novela como género y de su método de trabajo
que es, a vuelo de pájaro, uno de los métodos ideales para quienes
queremos o pretendemos vivir de lo que escribimos.
Pablo Montoya pudo escribir su obra ganadora (como otras de
sus obras) gracias al otorgamiento de becas tanto en su tierra natal
como en otros países (Alemania y Suiza, por ejemplo). Eso
significa que puede mantenerse sin tener que esclavizarse a horarios
oficinescos. Eso significa que puede escribir las 24 horas del día si la
musa se lo permite.
Sobre su novela ganadora, Pablo Montoya dice:
“Tríptico de la infamia fue un trabajo que me llevó muchas lecturas. En algún momento pensaba que no iba a escribir una novela sobre estos pintores por el universo tan abigarrado al que me enfrentaba, pero como gané una beca de la alcaldía de Medellín, me sentí con la presión para escribir, y lo hacía todos los días. Estaba completamente concentrado en la novela. En cuatro meses escribí 300 páginas. Luego gané una beca en Alemania y logré tener un tiempo para profundizar un poco más, viajar por varias ciudades de Europa. Estaba las 24 horas en función de ese libro”.
Dicen que de Tríptico de la infamia uno de sus mayores atributos es la experimentación.
Para Montoya, la novela es un terreno libre para la invención de nuevas
formas, para la búsqueda insaciable de la trasgresión:
“Considero la novela un espacio para la confluencia de géneros, juegos espacio-temporales, diálogos con el presente y el pasado, y en ese sentido me permite esas posibilidades”.
El debate entre el narrador
ficcional y el narrador metaficcional es algo que, para que salga bien,
necesita una mirada muy aguda, derecho de valentía e innegable
experticia con la pluma (o en nuestros tiempos, con el teclado).
Montoya se divide en dos: el escritor y el docente. Da clases de Literatura en la Universidad de Antioquia. Otro de sus libros son La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008) y Los derrotados
(2012). Además, es traductor (como lo fue Cortázar y tantos otros de
nuestros grandes), por lo que sus trabajos de escritores franceses y
africanos han recorrido el mundo. Además, porque todavía queda más, es
investigador. Sus ensayos sobre música, literatura y pintura, han sido
difundidos en diferentes revistas y periódicos de América Latina y
Europa.
El trabajo de un escritor no es fácil. De hecho algunos definen al
acto de la escritura como un constante sufrir. Pero cuando puedes
dedicar tu vida a eso, ser protagonista de un reconocimiento como el
Premio Rómulo Gallegos es el sueño cumplido. Si no, que lo diga el
propio Pablo, quien tuvo que competir con 60 de sus compatriotas y que
su libro Tríptico de la infamia será publicado por el Celarg con un tiraje de 20 mil ejemplares. Ahí es cuando el sufrimiento vale, realmente, la pena.
@GipsyGastello
ggastello@gmail.com
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