Publicado en Ciudad CCS
Cada libro tiene su historia. El cómo
llega a nuestras manos forma parte de un bagaje emocional que escribirá
el destino de esa pequeña arma de hojas de papel que tendrá (o no, eso
depende) un papel protagónico en nuestras vidas.
Con Pablo Neruda: Pasión por Venezuela, existe una
anécdota especial. Se trata de un libro que me costó mucho conseguir. Es
una edición muy hermosa de El Perro y La Rana, gracias a una
recopilación de Luis Navarrete Orta e ilustraciones de Henry Rojas. Allí
se recoge el perenne homenaje del poeta más grande del siglo XX en
cualquier idioma (como lo calificó Gabriel García Márquez) a nuestra
amada Venezuela. Que Neruda haya dedicado parte de su obra a esta Patria
Bolivariana es motivo de gran orgullo y celebración.
Cuando lanzaron este libro en 2014 hubo
una gran cobertura mediática. Como era de esperarse, salí corriendo a
comprarlo. Un librero amigo me dio la noticia de que había sido de
distribución gratuita y que no sabían cuándo estaría a la venta. Me
despeché.
Así de simple. Al tiempo, con la
esperanza perdida, tuve que ir al Teatro Teresa Carreño por razones
laborales. Para mi sorpresa, justo en la entrada, en uno de los grandes
mesones, estaba el libro, entre muchos otros iguales a él, esperándome
con los brazos abiertos.
En casi 200 páginas se reúnen los
fragmentos de la obra de Neruda que dedicó a Venezuela: poemas del Canto
General, Las uvas y el viento, Navegaciones y regresos, Canción de
gesta y Confieso que he vivido. En este último hay un fragmento en
especial que dedica a Fidel Castro y su visita en Caracas quince días
después del triunfo de la Revolución Cubana:
“He visto pocas acogidas políticas más fervorosas que la que le dieron los venezolanos al joven vencedor de la Revolución Cubana. Fidel habló cuatro horas seguidas en la gran plaza de El Silencio, corazón de Caracas. Yo era una de las doscientas mil personas que escucharon de pie y sin chistar aquel largo discurso. Para mí, como para muchos otros, los discursos de Fidel han sido una revelación. Oyéndole hablar ante aquella multitud, comprendí que una época nueva había comenzado para América Latina. Me gustó la novedad de su lenguaje. Los mejores dirigentes obreros y políticos suelen machacar fórmulas cuyo contenido puede ser válido, pero son palabras gastadas y debilitadas en la repetición. Fidel no se daba por enterado de tales fórmulas. (…) El presidente Betancourt no estaba presente. Le asustaba la idea de enfrentarse a la ciudad de Caracas, donde nunca fue popular.Cada vez que Fidel Castro lo nombró en su discurso se escucharon de inmediato silbidos y abucheos que las manos de Fidel trataban de silenciar. Yo creo que aquel día se selló una enemistad definitiva entre Betancourt y el revolucionario cubano. Fidel no era marxista ni comunista en ese tiempo; sus mismas palabras distaban mucho de esa posición política. Mi idea personal es que aquel discurso, la personalidad fogosa y brillante de Fidel, el entusiasmo multitudinario que despertaba, la pasión con que el pueblo de Caracas lo oía, entristecieron a Betancourt, político de viejo estilo, de retórica, comités y conciliábulos. Desde entonces Betancourt ha perseguido con saña implacable todo cuanto de cerca o de lejos le huela a Fidel Castro o a la Revolución Cubana”.
Parece que la oposición venezolana del
siglo XXI aprendió mucho de Rómulo Betancourt. Esas “fórmulas
machacadas” siguen rodando por la historia para repetirse. Entiéndase
entonces que siempre hemos sido los perseguidos. Y hoy, aunque seamos
Gobierno, seguimos siendo el objeto de la “saña implacable” de la
derecha reaccionaria, por el simple hecho de olerles a Fidel y a la
Revolución Cubana, que es lo mismo que oler al amor, a la justicia, al
Hombre Nuevo y a la Mujer Nueva por lo que tanto luchamos.
@GipsyGastello
ggastello@gmail.com
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