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martes, 9 de junio de 2015

LAS VOCES INTERIORES DE ARMANDO REVERÓN

Publicado en Contrapunto



A propósito del Día del Artista Plástico en Venezuela, en honor al nacimiento de nuestro Armando Reverón, quisiera recordar un libro imprescindible de nuestro artista (también) imprescindible Juan Calzadilla. Reverón, voces y demonios es una lectura obligatoria para conocer a esta leyenda de la plástica. Más allá de su barba, su sombrero y sus muñecas, más allá de la Academia de Bellas Artes y de sus exposiciones en los museos más importantes del planeta, más allá de aquellos cuentos de camino a la orilla de la playa, Armando Reverón es uno de los mejores artistas del siglo XX en el mundo.

Acercarnos a él en este libro es un viaje extraordinario. Fue publicado por primera vez en 1990 gracias a Alfadil Ediciones, luego Monte Ávila Editores Latinoamericana lo editó en 2004 y lo reeditó en 2012. En cualquiera de sus versiones (incluso en PDF) se puede encontrar con facilidad.

El maestro Calzadilla nos dice: 

“Se ha dicho que el problema principal que Reverón se planteó fue cómo plasmar el estado natural de la luz en el cuadro. Cómo trasvasarla de su estado exterior naciente al estado ilusorio, fijo pero animado, de la pintura. También se planteó transformarse para poder lograr que al plasmar la luz pudiera él mismo sentirse como parte de ella, es decir, como integrado física y visceralmente a la naturaleza. Pintarla no sólo como su efecto general sobre las cosas, sino como materia sólida y transparente en la cual pudiera él mismo sentirse como parte de su obra y en el trance fatal de crearla”.

Armando Reverón fue un alma libre, dice Calzadilla, cuando logró asentarse solitariamente en el litoral central de nuestro país. Más allá de las frías academias, Reverón hizo arte haciéndose arte, porque “lo que había en él de impulsiva y apremiante necesidad de expresarse no requería ser justificado fuera del resultado en que satisfacía ese afán absoluto de traducir lo invisible que, por otra parte, se manifestaba de modo natural, como puro y sensual goce”.

En Reverón, voces y demonios no solo se despliega un estudio sobre su obra, también hay un recorrido íntimo sobre su vida. Así, Calzadilla nos trae de vuelta ese texto mágico de Julián Padrón sobre la ceremonia de pintar de Armando Reverón: 

“Se atavía con su guayuco de cañamazo fajándose fuertemente la cintura, esconde bajo la tarima sus alpargatas y se queda descalzo. Saca de una de las cajas dos palitos, forrada una de sus partes en cañamazo, y se los atornilla en los conductos auditivos para poder concentrarse en su mundo interior. Se acuesta en el suelo boca arriba, con las piernas encogidas y las manos por debajo de la cabeza en una invocación de los espíritus propicios a la inspiración. Después se levanta, desenvuelve los pinceles y los tubos de pintura y otros mil pañitos de diferente tacto, extendiendo todo en una plataforma al pie del caballete. Los mangos de los pinceles están reventados y las cerdas gastadas y atadas a unos palitos cortos para reforzarlos. Los tubos de pintura envueltos y amarrados en tela y rotos por la parte inferior. En una tarima, tres paletas franjeadas de colores puros como banderas... Las dos modelos están sobre la tarima. Juanita, acostada hacia un lado, muestra su cuerpo desnudo de mujer madura, tapado el sexo con un guayuco de cañamazo. Flor, acostada a sus pies, levanta el tronco e inclina la cabeza sobre la cadera de la otra. El pintor palpa febrilmente los diferentes pañitos impregnados de aceite hasta encontrar el tacto de su inspiración. Cualquier otro tacto más o menos duro puede hacerla huir. Toma la paleta y el pincel apropiados, entorna un poco los ojos como si quisiera ver más allá del contorno de las cosas y empieza a pelear con la tela hasta matar en ella los colores vivos. Se siente cantar la tela bajo los embates de la mano fuerte, armada con el pincel reforzado y casi sin cerdas... Reverón pinta en blanco los contornos de los cuerpos desnudos de las dos mujeres. De los pinceles enfebrecidos va saliendo el color pálido, con tanta armonía y tanta fuerza de expresión que es difícil lograr más nada con este solo color. Las formas femeninas se encienden sobre el lienzo como fuegos fatuos; pero quedan apresadas las morbideces de los cuerpos. La expresión cansada, pero maligna, de bruja, de la vieja india, echada a todo lo largo sobre el marco, contrasta y se complementa con la tribulación resignada, pero fresca, de la muchacha. Ésa es la tragedia irrevocable del fátum primitivo. Y a pesar de la fuerza emocional de la pintura, las figuras adquieren inconmesurable agilidad con aquella fuga alada de los cuerpos hacia los pies por la esquina del cuadro”.

Reverón, voces y demonios es un libro que celebro no solo por el privilegio de haber llegado a mis manos desde las manos de su propio autor, firmado y dedicado, a propósito de un almuerzo y un café para hablar de poesía. Lo celebro también porque Reverón revive, como siempre lo hace, y no solo a través de sus cuadros que forman parte de nuestro imaginario colectivo. Su cuerpo se hace letra, papel, páginas repletas de anecdotarios, cronologías comentadas y recuerdos tan coloridos como la luz que tanto quiso atrapar. Entonces, con este libro bajo el brazo, podemos sobrevivir a la maldad generalizada del mundo, acompañados por la osadía eterna de Armando Reverón.

Agradecida infinitamente con nuestro poeta y artista plástico Juan Calzadilla, maestro de maestros, por darse a la tarea de traernos con su escritura a ese Reverón titiritero del que nos canta siempre Alí Primera.

@GipsyGastello
ggastello@gmail.com

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