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Contagiar la chispa lectora es un gran misterio. Desde siempre,
promocionar el libro como lugar de encuentro y como herramienta
innegable para la adquisición de conocimientos, ha sido una preocupación
colectiva. Son infinitos o, al menos, incontables, los estudios que se
han hecho al respecto. Y han sido infinitas o, al menos, incontables,
las fórmulas mágicas fallidas que se han puesto en práctica.
A
propósito del Día del Niño (fecha creada con “buenas intenciones” pero
comercial como tantas otras efemérides impuestas en favor del consumismo
indetenible), este domingo pudiera servir de pretexto para esbozar un
par de reflexiones en torno a la promoción de la lectura en niños, niñas
y adolescentes.
Hay un libro muy interesante publicado en México en el año 1997 que se titula Caminos a la lectura,
gracias a la compilación de Martha Sastrías. En ese extenso trabajo hay
un capítulo titulado “La lectura, conceptos y procesos”, del peruano
Danilo Sánchez Lihón, quien asegura que:
“Una lectura oportuna para la edad de un niño puede ayudar a que dé esos grandes saltos cualitativos en su formación, que lo hacen pasar de una etapa a otra; son determinadas lecturas las orientadoras del destino de los hombres que los impulsan a dar pasos de gigantes, siempre hacia un nivel mejor”.
Muchas
veces nos preguntamos por qué leer parece aburrido, por qué a nuestros
jóvenes les cuesta tanto leer, por qué son muchos menos los niños o
niñas que piden libros en lugar de los que piden juguetes, videojuegos,
teléfonos inteligentes o tablets. El marketing mundial
tiene mucho que ver con eso. Me arriesgo a decir que pareciera que a
alguien muy arriba no le conviene que nosotros y nosotras, los de a pie,
adquiramos conocimientos. Parece una verdad incómoda que los pueblos
del mundo sean capaces de despertar. Ya saben, cosas del sistema
dominante.
Con los avances (a veces entre comillas) de la
humanidad, en pleno siglo XXI, al menos en Occidente, ya no es común la
quema de libros. Digamos que era una práctica represiva y colonizadora
en la antigüedad, e incluso en pleno siglo XX como en el caso de la
quema de libros de autores judíos por parte del régimen nazi entre 1930 y
1945, o la quema de 15 mil ejemplares de Las aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile, escrito por Gabriel García Márquez, durante el año 1986 por órdenes de Pinochet; sin embargo, la satanización del libro como herramienta liberadora sí sigue siendo una práctica común en la industria capitalista, para la cual el culto al objeto mercadeable es lo que más importa.
¿Han visto una serie norteamericana llamada The Middle? Sí, un sitcom
que arranca muchas carcajadas. Narra la historia de una familia de
clase media residenciada en Orson, Indiana, y sus vicisitudes ante la
crisis económica mundial. Padre y madre con varios trabajos cada uno
para pagar las cuentas, la casa que se va derrumbando por falta de
presupuesto para mantenimiento, la comida chatarra como menú único en la
cena, la pereza colectiva y constante y, sobre todo, el televisor como
gran protagonista de la familia. Sí, es muy divertida. Y sí, yo también
la veo. Las aventuras de Frankie y Mike Heck tratando de criar a Axl,
Sue y Brick mientras deja de funcionar el fregadero, explota el horno o
se daña para siempre la secadora, sin duda entretienen.
Pero aquí el detalle: Brick Heck, el menor de la familia, es un
enfermo de la lectura. Allí radica su encanto (suele ser uno de los
personajes favoritos de la serie), pero también la triste realidad de
cómo la industria cultural capitalista reproduce antivalores
“bajo cuerda” para seguirnos convenciendo sobre lo que a “ellos” les
conviene. Brick se la pasa leyendo a toda hora y eso lo
convierte en el “niño inusual” de la familia. Es distraído, se susurra a
sí mismo, se olvida de las tareas, pierde un zapato en plena fiesta sin
darse cuenta y así va, cayéndose a pedazos capítulo a capítulo aunque
se sepa tácitamente que ese niño es inteligentísimo gracias a la
lectura. El día de su nacimiento lo intercambian en el hospital y sus
padres no se dan cuenta, se olvidan de celebrar su cumpleaños o nunca
lo premian con nada porque como es el tercer hijo y es tan “extraño”, da
demasiado trabajo encargarse de él. Y cuando crece, como suele pasar,
se enamora y resulta que la niña en cuestión es mucho más extraña que el
propio Brick, haciendo de ellos una pareja tipo “Freak Show”. Por
cierto, no creo que resulte gratuito que la traducción de Brick sea,
convenientemente, ladrillo. ¿Casualidad?
Esta es, apenas, una
sola referencia entre miles de millones que nos bombardean a diario.
Axl, el hermano mayor, deportista y guapo, de buen cuerpo y ojos claros,
es el holgazán exitoso que siempre se sale con la suya. Típico de la
tele y el cine, ¿verdad? Prueben hacerlo en la vida real a ver qué
sucede, a ver si los resultados son los mismos. Sería
interesante saber cuántas personas quisieran parecerse a Axl (sinónimo
de éxito inmerecido, camino fácil) y cuántas quisieran parecerse a Brick
(sinónimo de soledad, incomprensión).
Hace un par de
días le dije a un amigo que andaba con su pequeña hija: “Oye, este
domingo es el Día del Niño, aprovecha y regálale a tu chama un libro”.
La niña puso cara de susto y mi amigo se rió creyendo que le había
contado un chiste genial. Así que me disculpan, pero a las pruebas me
remito.
Tal vez en un futuro cercano en EE.UU se inventen una versión para lectores tipo la serie The big bang theory,
con poetas y estudiantes de literatura. Ya pusieron a los “nerds”
científicos de moda, no creo que les cueste mucho hacerlo con los
“nerds” literarios.
Cortázar, el enfermo
Dije antes que son
incontables las referencias en contra del libro. Ciertamente, su
satanización como objeto liberador no es asunto exclusivo de nuestra
época 2.0. En la biografía de Julio Cortázar publicada por Ediciones
Continente, el autor Mario Goloboff explica una anécdota curiosa (y
triste) sobre la infancia de este gran escritor y genio argentino, tan
celebrado y citado en el mundo:
“Para que lo sacaran de su cuarto, para que dejara de leer cuando chico, era necesaria la severidad: 'Había que retarlo para que bajara de la pieza y viniera a comer y dejara los libros. Leía de la mañana a la noche... (...) Tenía el mal de la lectura'.Ya adulto, recordará el propio Cortázar: 'Mis primeros libros me los regaló mi madre. Fui un lector muy precoz y en realidad aprendí a leer por mi cuenta, con gran sorpresa de mi familia, que incluso me llevó al médico porque creyeron que era una precocidad peligrosa y tal vez lo era, como se ha demostrado más tarde'.Se ve que 'la enfermedad', 'el mal de la lectura', los tenía impresionados a todos, incluso, con retroactividad no exenta de ironía, al propio 'enfermo'”.
¿Será que el mundo tiene razón y nosotros,
los lectores voraces, los apasionados de la lectura, los que tenemos la
chispa lectora encendida, estamos contagiados de una enfermedad
peligrosa? ¿Será de verdad que somos tan extraños como Brick
Heck? ¿Será que nos tienen que llevar al médico como lo hicieron con
Julio Cortázar de niño? ¿Seremos, acaso, un montón de ladrillos?
Tendría
lógica aceptar finalmente que estamos nadando a contracorriente. Y con
eso, tendría clara explicación el por qué nuestras redes de librerías
comerciales se han convertido desde hace unos años en un patético
híbrido entre juguetería, venta de artículos electrónicos y baratijas de
oficina.
Pero les confieso algo, aunque parezca una batalla
perdida mientras a la cultura dominante no le de la gana de posicionar
al libro y la lectura como una práctica para el “éxito”, yo, por mi
parte y en mi caso particular, no me daré por vencida. Porque aunque se
rían mil veces de mí al proponer que regalen un libro en lugar de un
videojuego para el Día del Niño, le doy la razón al peruano Danilo
Sánchez Lihón cuando dice que el libro como objeto para la liberación
tiene el poder de “cambiar y transformar decisivamente a una persona,
transmutar una visión del mundo por otra distinta; porque es una luz muy
amplia e intensa, pero que surge y se plasma en la mayor confidencia”.
Resulta
un alivio saber que en la República Bolivariana de Venezuela se hacen
tantos esfuerzos por la democratización del libro y la lectura. Desde
las grandes políticas culturales impulsadas por el Gobierno Bolivariano,
hasta las iniciativas de Asociaciones Civiles como el Banco del Libro,
la Fundación Misión Leer y Escribir Hugo Chávez de la Gobernación del
estado Guárico, el proyecto TVLecturas de Marialcira Matute e Isidoro
Duarte; sin dejar de lado las grandes ferias como la FILVEN del
Ministerio del Poder Popular para la Cultura, la Feria del Libro de
Caracas de la Alcaldía del municipio Libertador, la Feria del Libro de
Baruta o el Festival de la Lectura de la Alcaldía de Chacao, la FILUC en
Carabobo o la Feria Internacional del Libro Universitario en Mérida,
por sólo mencionar algunos esfuerzos que se extienden en todo el
territorio nacional.
Creo que el nuestro es un país en el que
no nos damos por vencidos, por muy dura que parezca la batalla. Si no
descansamos en el esfuerzo, habremos más personas inusuales del lado de
Brick y menos personas usuales aspirando a parecerse a Axl. Y menos
familias querrán llevar a sus niños y niñas lectores al médico y en el
futuro habrán más libros como regalo que videojuegos para el tercer
domingo de julio de cada año, cuando se celebra el Día del Niño en
Venezuela.
¡Que así sea!
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