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viernes, 31 de julio de 2015

LA CIUDAD INCANDESCENTE DE ALEJANDRO PADRÓN

Publicado en Contrapunto



La guerra económica no ha perdonado a los libros. Un gran problema para nosotros los lectores vieja-escuela, esos que nos negamos a cruzar el umbral 2.0 de la era digital y no nos resignamos a abandonar a nuestro gran compañero de papel. Aunque no tengamos que esperar por nuestro día de turno según terminal de número de cédula, ni requiramos de captahuellas, el pregrinaje por la búsqueda de artículos para satisfacer necesidades básicas y necesidades sentidas se ha trasladado también a las librerías.

Y aquí, simplemente, el relato de esta servidora.

Que un libro cualquiera, digamos de ficción, de cierta editorial que opera en América Latina, no digamos su nombre para evitar heridas innecesarias, haya aumentado el precio un 1.666 por ciento en los últimos dos años, libros que además no se producen en Venezuela sino que se importan con las "bondades" burocráticas del caso por tratarse, ya saben, de libros y no de objetos de superflua inutilidad; le tumba la empalizada a cualquiera.

Bien, en medio de ese panorama la rutina se convierte en una especie de búsqueda de tesoros. Pasear las vitrinas de las librerías privadas con los dedos cruzados tras la espalda, invocando a los dioses que reposan tranquilamente en los anaqueles de las grandes bibliotecas, hasta encontrar un tesoro. Me imagino el sombrero y el látigo de Indiana Jones.

Digamos que entonces ocurre que en un pequeño centro comercial caraqueño, pudiera ser en Los Ruices, una sucursal de esa cadena de librerías donde venden más cachivaches que libros, comienza la búsqueda. Entre juguetes y tarjetas románticas, CD's motivacionales y aparatos tecnológicos, entre fichas de cartón y cuadernos de espiral, el remanente de libros lucha por cumplir con su razón de existencia: llegar a la biblioteca de alguien.

Y es en medio de esa batalla a muerte contra el olvido que Alejandro Padrón y yo nos encontramos. Su novela La ciudad incandescente, ambientada en la época de la dictadura de Marco Pérez Jiménez, publicada en 2011 por la Universidad de Los Andes, me saluda entre textos escolares y cartulinas de colores. Así que nos damos la oportunidad, y a un precio que en tiempos de guerra económica parece irrisorio, decido llevármela a casa.

Ya con la misión cumplida, sobre el sillón negro de dos puestos que siempre me espera en la sala de mi casa, comienzo a leer a Alejandro Padrón. Justamente me tropiezo con un pasaje muy parecido a mi vida real: "Yo quería ser como mi padre. Lo admiraba y trataba de imitarlo. Me gustaba leer como él lo hacía, sentado en la butaca de cuero de la sala, en la casa de Cerro Negro, sólo con el rumor de los cañaverales y el trinar de los pájaros como compañía. Su voz fuerte y recitada nos convocaba a escucharlo. Disfrutaba de la lectura de textos como quien saboreaba un manjar. Y pasaba el día repitiendo fragmentos de novelas o declamando poemas de Lorca, Neruda o de Andrés Eloy Blanco".

Cosas del azar y del destino. Todo es posible cuando nos aferramos al optimismo en medio de las dificultades.

@GipsyGastello
ggastello@gmail.com

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